Todo empezó por un «A que no te atreves…»
Y es que el ser humano es así, ganamos interés cuando se trata de un reto, una apuesta….eso de que te digan: «a que no te atreves» o «tonto el último» siempre ha sido una gran motivación.
Y es que hace ya más de medio siglo (casi nada) que un joven muchacho se aventuró, con paso firme, bajo la atenta y sorprendida mirada de aquellas mujeres, un tanto brujas, hasta la humilde casa de aquel carpintero.
Y es que el reto era el siguiente: «¿A que no te atreves a ir a esa casa?»
¿Cómo no iba a atreverse si aquel muchacho nada tenía que perder y aunque aún lo desconocía…tenía mucho que ganar?
Así que el muchacho soltó su herramienta de trabajo y se fue acercando a la casa del carpintero. Picó en la puerta y tras unos segundos ésta fue abierta por una hermosa muchacha, que con gran curiosidad preguntó que deseaba.
Tan solo una herramienta dijo el muchacho. El joven pidió si podría dejarle un martillo, que estaba trabajando en una casa cercana, necesitaba uno y no disponía de él.
La joven echó una vista al fondo y pudo ver cómo aquellas mujeres aguardaban agazapadas entre pícaras risas.
Y es que no había ninguna razón para negarse, pues el joven era del pueblo, y por la indumentaria estaba claro que el joven estaba trabajando en alguna obra. Y decirle que no tenía, era un tanto absurdo, pues era la casa de un carpintero.
La joven se adentró en la casa, cogió un martillo de su padre y se lo entregó al muchacho. Él por su parte prometió devolverlo al acabar la jornada, como así hizo.
Y así es como la profecía se cumplió. ¿Profecía? ¿He dicho profecía? Bueno…no se si fue una profecía, si fue el destino o fue casualidad. Pero lo que estaba claro es que las mujeres de aquella casa, aquellas mujeres un tanto «brujas», se lo habían advertido:
«Hombre que entra en esa casa, hombre que se casa»
Y así es como aquel atrevido joven se convertiría, eso sí, unos cuantos años después en mi padre. Y aquella joven muchacha en mi madre.
Con los años él se olvidaría de esta historia; de esta historia y de muchas otras. Una dura y devastadora enfermedad, hicieron que fuera olvidando quien era. Mas yo, siempre recordaré quien fue mi padre. Un hombre que entre muchas otras cualidades, no entendió jamás lo que era «yo no puedo».
Cuando mi madre falleció hace dos años hice unas galletas en su honor: Cecilias. Unas galletas elegantes a la vez que deliciosas. Unas galletas con toque a mazapán. Y como no podía ser menos, mi padre también tiene su galleta: Los Picos. Son galletas de mantequilla elaboradas con una harina especial. Harina de los molinos de Pravia. Parcialmente recubierta con el chocolate preferido de mi padre y almendra recién tostada.
Espero que allí donde está, haya podido volver a recordar quien era él y quienes somos los que tanto le extrañamos y queremos.
Leticia
Bonita historia. Suerte!!
Isabel
Muchas gracias Leti. Un beso
Precioso, con ganas de probar los picos. Mejor homenaje imposible. Un abrazo¡¡¡
Muchas gracias Eva, pues venga. Ve poniendo fecha pa ese café. ????????
Me encantan, tanto las Cecilias como los Picos están súper buenas. Comeremos estás deliciosas galletas en honor a los dos.
Pues si, a zampar se ha dicho ????????
Hermoso homenaje a una gran persona como fué tu padre,
seguro que están riquísimas, como todas tus creaciones. ????
Muchas gracias Mireia ????????????